HUGO CROSTHWAITE Un Nuevo Posmoderno
Edward Lucie-Smith (Londres), Arte Al Dia International Magazine, Edición no.109 (Junio-Julio 2005)

Hugo Crosthwaite es un dibujante excepcionalmente talentoso que pertenece a un segmento de la tradición mexicana, y por cierto de Latinoamérica toda, algo alejada de las áreas ocupadas ya sea por Los Tres Grandes - los tres grandes muralistas mexicanos - o por las nuevas generaciones de conceptualistas urbanos que trabajan actualmente en la Ciudad de México. Hay una cantidad de artistas latinoamericanos que vuelven su mirada hacia el realismo hispánico del Siglo XVII introducido en Latinoamérica tanto a través del grabad0 - sobre todo por aquellos exponentes provenientes de Amberes más que de España misma - y de las obras exportadas por el taller de Zurbarán, que parece haber mantenido un comercio floreciente con los territorios de habla hispana en el Nuevo Mundo.

El elemento barroco residual es extremadamente visible en la obra de Crosthwaite. Es, sin embargo, una forma del barroco teñida de surrealismo. Cuando André Bretón llegó a México y declaró que ciertos artistas mexicanos, entre ellos Frida Kahlo, eran "naturalmente surrealistas", enunció una verdad mucho más profunda de lo que hubiera podido suponer.

Lo que presintió fue el choque de culturas y el profundo sentido de lo mágico que siempre han caracterizado a la cultura latinoamericana. No es sorprendente que las ideas posmodernistas hayan encontrado suelo fértil en América Latina, ya que los artistas latinoamericanos, aunque fascinados con el modernismo europeo a partir de mediados de la década de 1920 en adelante, nunca se sintieron del todo a gusto con algunos aspectos del proyecto modernista - menos que menos, quizás, con su inherente elitismo.

Un gran número de importantes artistas latinoamericanos fueron posmodernos aun antes de que se inventara la idea del postmodernismo. Entre ellos se incluyen José Luis Cuevas y Rafael Coronel en México, Jacobo Borges en Venezuela y José Gamarra, originariamente de Uruguay, pero residente en París durante muchos años. La obra de Crosthwaite es esencialmente una nueva manifestación de esta tendencia de larga data.

Inspirándose en los antiguos maestros, estos artistas combinan una cierta sensibilidad para lo grotesco - a veces lo monstruosocon aspectos de lo que podría definirse de una forma general como clasicismo.

El hecho de que Crosthwaite siempre realice su obra en blanco y negro y a menudo en gran formato concentra la atención del espectador tanto en su dominio extremadamente seguro de la forma como en el hecho de que estas formas no se encuentran organizadas de una manera totalmente racional. En realidad, lo que se le presenta al espectador es una fantasmagoría. Al artista le horroriza la crueldad del mundo y al mismo tiempo le fascina la forma en que lo grotesco, de una manera perversa, se vuelve bello. La muestra en Virginia Miller Galleries de Miami ofreció una experiencia cuyo impacto perdurará largamente en la imaginación.

El arte barroco del siglo XVII fue, en su forma más esencial, un arte de la empatía. Cuando pensamos en él en la actualidad, tendemos a asociarlo en primer término con composiciones religiosas como La erección de la Cruz, de Rubens, o El entierro de Cristo y La flagelación, de Caravaggio, y no con el número casi equivalente de obras que celebran la gloria mundana.

Las raíces de este enfoque basado en la empatía deben buscarse en las enseñanzas de San Ignacio de Loyola. Los Ejercicios Espirituales de Loyola impulsaron al devoto cristiano a identificarse íntimamente con el sufrimiento de Cristo y de los santos. El arte barroco utilizado en las iglesias está diseñado para apelar a los sentidos tanto como a la mente - pare el espectador actual, reviste al sufrimiento físico agudo con un glamour erótico que a menudo resulta inapropiado para el gusto moderno pero que las generaciones inmediatamente posteriores a la de Loyola encontraron admirable y aun reconfortante.

Como artista que trabaja en los años inaugurales del siglo XXI, Crosthwaite opera en un mundo en el que el sufrimiento no se ha reducido visiblemente, a la vez que las certezas de la Contrarreforma cristiana han colapsado casi por completo. Sus imágenes son un reflejo de esta situación.

En un breve texto escrito recientemente, manifiesta: "Mi arte es el medio que define mi vida. Mis dibujos me permiten expresar plenamente mis anhelos, mis miedos y mis esperanzas. Toda mi alegría está esbozada en blanco y negro y mi confianza es avalada por el testamento de una obra que evalúa mi carácter, al tiempo que simboliza la transfiguración de mi amor y mis deseos".

De más está decir que una audiencia del siglo XVII no habría comprendido esta actitud. Tampoco la habrían comprendido los artistas del Siglo XVII. Lo que Crosthwaite tiene para decir es claramente el producto de una sensibilidad post romántica, de algo que en términos artísticos se desarrolló en sucesivas etapas a través de la personalidad de Delacroix y Courbet en primer término, y luego de la de Van Gogh y Gauguin.

Lo que sucede en su obra no es solamente que el barroco es deliberadamente despojado de todo color, sino que también se fragmenta. Al espectador se le presenta un universo que está siendo casi literalmente dislocado, desarticulado, donde, tanto desde el punto de vista compositivo como del emocional, nada parece realmente encajar. Esto sirve no como emblema moral - tal sería la función de una obra religiosa convencional - sino como testimonio del estado de ánimo del artista en el momento de la creación de la pieza.



Rejoneador Polidextro, detalle, 2001, grafito y carbón sobre madera